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EL SEÑOR DE LOS ANILLOS - LA ÉPICA DE FANTASÍA POR EXCELENCIA

  • Por: Aceves117
  • 3 jul 2019
  • 11 Min. de lectura

Actualizado: 28 oct 2020


De un tiempo para acá, hemos tenido la fortuna de ver como las adaptaciones de novelas literarias ha cobrado fuerza, y si bien no podemos negar que la experimentación y la libertad creativa han aportado creaciones que han trascendido como obras de culto, hoy en día, sí se puede explotar una franquicia haciendo un spi-off o dividir un producto en 2 partes, mejor para aquellos que solo quieren llenar de verde sus billeteras. En cualquier caso, las adaptaciones están la orden del día, y si de algo podemos dar fe, es que si saben cómo llevarlas a la pantalla grande, el éxito no es la meta, sino el resultado del amor y la pasión que deslumbran al momento de generar una visión que solo puede entreverse en un par de textos formando una idea. Así pues, durante mi estadía en la universidad, tuve innumerables oportunidades de intercambiar ideas sobre tal o cual era la franquicia o saga de películas adaptadas de una novela favorita de mis compañeros, a lo cual, si bien El señor de los anillos nunca falto en la lista, Harry Potter siempre encabezo el top en las discusiones, la justificación a esto, entre otras cosas siempre era que las películas de El señor de los anillos eran cintas largas y aburridas que, en palabras de un colega “siempre me duermo cuando trato de verlas”. Ante esto, y sin afán de desmeritar el trabajo hecho por los 4 directores de la saga del joven mago, mi contestación siempre era algo así como “se nota que no las has visto”.


Así pues, como Juego de Tronos ha terminado y la serie de The Witcher aún no tiene para cuando, me dispuse a volver a repasar la trilogía de Frodo y el anillo, y a más de dieciséis años de su lanzamiento, sigue siendo un todo un referente en su género.

Ahora bien, para poder hablar con propiedad y crear una línea distinguible entre el antes y el después de El señor de los anillos, tenemos que trasladarnos una década atrás, a 1991. Para ese entonces ya habían aparecido cintas como El mago de Oz, la Princesa Prometida, Bandidos del Tiempo, y Los caballeros de la mesa cuadrada, y aunque no fueran precisamente adaptaciones, en definitiva, fueron cintas que apelaban a un contexto medieval fantástico. Ya para ese año, en 1991 apareció Hook y el regreso del Capitán Garfio, y aunque no es justa la comparación, en perspectiva, la forma de narrar su historia a través del humor y el carisma de sus personajes daba por entendido que el género de fantasía era, a lo mucho, historias digeribles sin el mero esmero de profundizar o generar expectación, mas allá de los que se veía en pantalla. Con esto no quiero decir que El señor de los anillos no cayera en estos tropos, que al fin y al cabo en la Comunidad del Anillo en la fiesta de Bilbo, lo que sobra es una alegría y gozo caracterizo del género una vez iniciada la aventura. Pero como pasasen en las anteriores cintas mencionadas, la comedia y el humor siempre formaban parte del discurso, a veces para sacarnos una que otra risa o a veces para conocer a sus personajes. Sin embargo en el Señor de los Anillos, aunque el humor persistió gracias a escenas como la batalla del abismo de Helm con Legolas y Gimli, aquí siempre tenían un propósito más bien de chascarrillo, de tratar de bajar tenciones ante una situación mortal poniendo chistes aquí y allá para relajarnos y continuar observando, y es que como pasa en muchas cintas del género, a no ser que sea la intención, con tantas cosas pasando en pantalla, de pronto recordamos que es solo un montaje y solo estamos viendo a actores haciendo como que se pelean. Y aunque como dije, Hook no es precisamente el mejor ejemplo del antes y el después, pero la visión ante estos escenarios tan familiares persiste en la comarca, lo que refuerzan una clara intención de un acercamiento a lo ya conocido por todos en una cinta de fantasía, en otras palabras, dándonos tiempo de aclimatarnos antes de lanzarnos todo lo que tiene por delante.


Ya en el 2001, recién estrenada La comunidad del anillo, como bien sabemos, aunque fiel al material original, es indudable que las concesiones y las libertades creativas a la hora de representar una obra del calibre de J.R.R. Tolkien, fueron (aunque evidentes para los lectores de las novelas) necesarias para aligerar y condesar una historia ya de por si densa y profunda. En ese sentido, me sorprende que para ser abiertamente ajena a ciertos pasajes y situaciones narradas en el texto, la cinta y el resultado de lo que siguió de esta, exuda su propia personalidad impecable y avasalladora que a día de hoy, con un ver pocos frames de cualquier escena, sabemos que estamos viendo El señor de los anillos.

Ya entrando en materia, más allá del afecto o el repudio que pudieses generar por la trilogía, (que al fin y al cabo no es perfecta) sin duda una master class de cómo funcionan las emociones. Porque sí, a pesar de que en efecto la trilogía en un “In crescendo” donde el viaje sube cada vez mas de tono, de nada sirve si no conocemos a sus personajes, sus motivaciones, y su lugar en el mundo. Veamos por ejemplo a Frodo, que de buenas a primeras es nuestro avatar y personaje central en la aventura. Él, quien se ve enrollado en la destrucción del anillo por herencia de Bilbo, se nos presenta como alguien hogareño, jovial, y alegre que tiene que dejar su tierra porque el destino y su vínculo con el anillo como su nuevo portador, lo han colocado en una encrucijada que nunca planeo. Aquí lo importante de Frodo es su relación con Sam, y como empieza desmoronarse poco a poco. Lo trascendente de Frodo si me lo preguntan, es sin duda su capacidad para reflejarnos a través de un gesto todo lo que siente y pasa por su mente, odio, amor, incredulidad y misericordia sin decir una sola palabra. Sabemos cuándo le está mintiendo a Sam cuando este le comenta que hay que guardar comida para el viaje de regreso, sabemos que el anillo lo afecta a tal grado que pasa a ser una sombra de Gollum, sabemos cuándo le miente a Bilbo por la destrucción del anillo. En fin, el juego de miradas y las cesaciones que estas provocan son dignas de admiración, sabemos cuándo una escena es crucial porque la imagen nos está hablando. Gandalf es un excelente ejemplo de esto. No se requiere gran exposición porque es un personaje interesante al hablar, y en todas sus intervenciones da a entender que sabe lo que está pasando, por ello cualquier decisión es crucial par a él, porque una elección equivocada podría repercutir en favor del enemigo. Además, no es solo el hecho de que lo que dice tiene cierta atracción, sus ojos lo dice todo, hablan, y aun cuando sabemos que el final pudiese llegar en cualquier momento, Gandalf es capaz de regalarnos una mirada cuando hay esperanza, y una lagrima cuando todo está perdido. Peter Jackson, el director, recurre a este recurso en la mayoría de sus personajes, creando un aura de autenticidad donde los personajes necesitan vivir y para ello, hay que empatizar, crear lazos, y el señor de los anillos los crean con suma facilidad. Smeagol por ejemplo, es un personaje consumido y destrozado, su odio hacia sí mismo ha terminado por desfigurar su ser a tal grado de crear un alter ego que lo socaba y lo menosprecia por ser débil y no poder sobrevivir si no fuera por él. Smeagol y su relación con Gollum es increíblemente angustiosa, y todas sus intervenciones en la cinta apelan a una desconfianza profunda, nada bueno puede salir de él, y sin embargo la cinta nos regala momentos para poder empatizar con él, conocerlo más, el Retorno del Rey inicia con cómo Smeagol obtuvo el anillo y su debilidad por él, y es cuanto menos curioso que empieza ahí porque al final, cuando Gollum arranca el dedo de Frodo y consigue el anillo es catártico, Gollum y Smeagol bailan y sonríen ante la obtención de su precioso a consta de la destrucción de la tierra media, en otras palabras, egoísmo puro. De nuevo, las imágenes hablan por sí solas. Otro ejemplo de estos es el sacrificio de Faramir, toda la secuencia es una lección a aquellos que quieren aprender a jugar con los ritmos y como generar emociones profundas en tan solo cuatro minutos. Faramir, quien es despreciado por su padre es enviado a una tarea suicida para ganar su afecto. Durante la escena vemos todas las actitudes previas a la batalla, y son desgarradoras, nadie vitorea o grita palabras de júbilo, solo caras largas y flores al ruedo. Por su parte, el padre de Faramir, Denethor, se encuentra comiendo a consta de los hechos. Entonces Gandalf aparece y le recuerda a Faramir que a pesar de su situación, su padre lo ama, y por devoción a él, hará lo que sea para ser digno de se apreció. Salen del castillo, aceleran la marcha, los orcos se preparan, Faramir blande su espada, sus hombres lo siguen de cerca, ahora solo un milagro podría salvarlos, pero el deber llama, se aumenta la velocidad, los gritos de batalla no hacen esperar, los orcos con arcos en mano preparan sus flechas, se da la orden, los orcos disparan y luego… sangre, y un desconsuelo profundo. En cuestión de minutos conocemos quien es realmente Faramir, alguien que no le importa morir si es por la aceptación de un ser amado. Y la secuencia, más allá de la tragedia que la acompaña, sus imágenes son épicas, y El señor de los anillos las tiene y por montones.

A esto, puede que los paisajes o las batallas te parezcan o no imponentes, eso ya es de cada quien, pero la capacidad de introducirnos a ellas y su ritmo de nueva cuenta son sobresalientes. En la batalla de Rohan de los jinetes contra los Huargos por ejemplo, si bien es más bien una escaramuza que un enfrentamiento entre dos ejércitos, y aun así se pasa por todos los puntos importantes para crear una buena batalla. Primero la escena del rastreador, seguida de cerca por las tropas apuntándose para el combate, Eowyn, quien está enamorada Aragon, teme que no lo vuelva a ver nunca más y lo único que puede hacer es mirar como el deber llama sin distinciones, entonces vemos a Legolas sobre la loma disparando y acertando sus tiros mientras se acercan sus compañeros, este se incorpora y se prepara para la envestida, esto va a ser brutal y luego… de nueva cuenta ya estamos adentro. La batalla es feroz y no perdona a los débiles. Es así en cada batalla, y lo que pudiese ser una escena compromiso en la que la acción debe estar para no aburrir al espectador, en toda la trilogía se apunta a seguir aumentando la apuesta, crear la ilusión de que en cualquier momento, nuestros personajes si dan un paso en falso, pueden llegar a perecer. Si tuviera que poner un ejemplo, no tendría que irme tan lejos y pudiese hablar de la batalla del abismo de Helm, pero para hablar con propiedad es mejor sacar a relucir la batalla de Minastirith. En ella, ocurre el tira y afloja de un combate donde los números ganan batallas. En un principio, están las legiones de orcos quienes infunden miedo a travez del caos, luego los guardias de la ciudad aterrados por su situación desventajosa, pero recurren a su mejor arma, la fortaleza, el fuego de catapultas hace estragos en el enemigo, hasta que llegan los nazgul y penetran la ciudad, todo parece perdido, ya no hay esperanza y de pronto suena un cuerno, el ejercito de Theoden está ante las puertas de la ciudad, el discurso es inspirador, y en alarido de furia y valor arremeten contra las legiones, la victoria parece clara, hasta que por detrás de las líneas enemigas se acerca un destacamento de Olifantes que se alinean ferozmente, Theoden sabe que ya no tienen la superioridad, pero la suerte ya está echada y en un intento por mantener al enemigo a raya, las fuerzas de Theoden se aproximan hacia el enemigo y entonces… magia, epicidad pura.

A todo esto, si las batallas y las emociones sobresalen a flor de pecho, es sin duda por la música, y en eso, Howard Shore tiene todo mi respeto y admiración. Ya comente que visualmente El señor de los anillos se siente único, pero su música está a otro nivel, no me considero un experto y poco sé sobre componer tracks específicos para una escena en concreto, pero la banda sonora entra y sale en momentos que definitivamente se quedan grabados en la memoria. La música es el espíritu de estas cintas, y sin ella, el anillo no tendría la importancia visual que este conlleva. De hecho me impresiona la falta de efectos a la hora de crear un aura de poder y deseo en torno al anillo, lo único que necesitas es un buen guion, unas cuantas tomas a detalle, y el track perfecto para evocar esa sensación de estar ante un objeto con mente propia. Aunado con esto, uno pensaría que sus principales virtudes se vislumbran cuando hay que mostrar imágenes contemplativas o de batalla, pero creo que lo que hace especial a su banda sonora, es que, al igual que con sus personajes, la música habla, sientes sus intenciones, la necesidad de expresar un sentimiento o anhelo a través de sus cuerdas, trompetas y coros. El lado humano y divino se alinean y formulan escenas dignas de disfrutar con un buen home theater, y todo acompañado por una fotografía que Andrew Lesnie nos obsequió para la posteridad. Escenas hay y muchísimas, pero quiero hablar de mi favorita en este apartado. Recién cuando Sam y Frodo se alistan para dirigirse a la montaña del destino, lo que queda del ejército de los hombres aguarda ante las puertas de Mordor, esperando crear una distracción para dar un paso seguro a Frodo a costa de sus propias vidas. Es aquí cuando el ojo que todo lo ve, pone su vista frente a la batalla que se avecina. Por su parte, Frodo y Sam no están lejos de la montaña, el camino ha sido largo y el final se avecina, pero ambos sucumben ante la debilidad y el cansancio. Es aquí cuando Frodo, aun con sus últimas fuerzas, intenta seguir el camino, tratar de no rendirse aun con su vida en peligro, pero al final sucumbe, y lo único que ve ahora es fuego y cenizas. Aquí la música es sublime, y en contraste con la conversación de Sam y Frodo, no puedo mentirles cuando digo que alguna vez derrame una lagrima tan emotiva y desgarradora escena.

Ahora bien, otro gran apartado que me encanta de la trilogía es esa dejadez por la magia, hechizos o conjuros. Con esto no digo que no los haya, pero de nueva cuenta, a veces menos es más. Son contadas las veces que Gandalf profiere algún hechizo, y aun cuando lo hace es sublime, no se requiere luces o explosiones para representar una acción, lo que importa es el donde y el cuándo. El donde puede ser en una montaña, y el cuándo justo en el momento correcto. Y aun cuando hay luces, estas no pervierten el aura de la cinta, al contrario, la enriquecen, y aunque uno quiera ver más, es justo lo necesario para para estar satisfechos. Así pues, como dije al principio, se que las cintas no son perfectas, y aunque han envejecido bien, hay ciertas secuencias que me parecen atroces a día de hoy, la escena de Smeagol y su encuentro con el anillo, Galadriel y su prueba con Frodo, Legolas matando a un Olifante con tres flechas cuando el animal es enorme y su cabeza demasiado gruesa, y en definitiva agradezco el no haber puesto más CGI del que ya tiene, porque aunque visualmente es atractiva y su año era los mejor, el paso del tiempo no perdona, veremos que tal en otros dieciséis años.

Y bueno, a estas alturas no sabría qué más decirles. Lo cierto es que si me extiendo pudiese terminar escribiendo toda una tesis, así que en resumiré mi argumento. Es un indudable que El señor de los anillos ya tiene su lugar en la historia del cine, y no por tener once oscares es su haber, sino porque es una historia que es un referente en su género y una cinta a cual regresar para explorar la fantasía o la épica a través de sus imágenes, sus dialogo y sus personajes. Ya para terminar, si aun con todo lo que te he narrado no te convence de que EL señor de los anillos es una obra para el análisis y el disfrute del espectador que ruega por tu atención después del termino de otra gran obra como lo fuese Juego de Tronos, nada más queda decir que “lo intente”, ojala que otras obras llene tu hambre de fantasía, porque después de ver El señor de anillos, ya nada será igual. La vara quedo muy arriba y pocas son las obras que la han alcanzado, y aunque hay algo que se llama el Hobbit, la comparación no viene a cuento. Ahora solo falta esperar, esperar a lo nuevo que viene y soñar con nuevas historias, siempre dejando un lugar para aquella que fue, la primera gran historia.

 
 
 

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